Por lo menos desde hace tres mil años existe una de las
tradiciones prehispánicas más profundas, representativas y arraigadas de México,
la celebración de los fieles difuntos o Día de Muertos.
Y es que el mexicano tiene una forma muy particular de ver
la muerte, por lo regular, la actitud que toma ante ella es desafiante, incluso
provocativa y hasta de burla.
En la época prehispánica, uno de los ritos que hacían en
estas festividades era ofrendar los llamados tzompantli: hileras de cráneos de
las personas sacrificadas en honor a los dioses.
Las culturas prehispánicas creían que, a través de esta
ofrenda, se aseguraba el paso de las personas a otros niveles del
inframundo, hasta llegar al descanso eterno.
Y así era hasta la llegada de los españoles, cuando esta
tradición se fusionó con las creencias de la religión católica impuesta,
dando origen tanto a los altares de muertos como a las famosas calaveritas
de dulce que conocemos hoy en día.
Estas calaveras representan la réplica de los cráneos
humanos en los altares utilizado por las culturas mesoamericanas.
Así, llegó también el alfeñique con el cual además de calaveritas,
también se realizan ataúdes, tumbas, mariachis, cocineras, calacas y catrinas.
Actualmente, el alfeñique es una técnica reconocida que
incluso tiene festivales en estados como Puebla, Guanajuato, Estado de México,
Michoacán y Oaxaca.
Y aunque la técnica de alfeñique es la más
tradicional para elaborar calaveritas de dulce, hoy en día es posible
encontrar las hechas de chocolate, amaranto o incluso gomitas.
De acuerdo con la tradición, las calaveras de azúcar medianas
son alusión a la muerte siempre presente. Las calaveras chicas son dedicadas a
la Santísima Trinidad y la grande al Padre Eterno.
Algunas tienen el nombre del difunto, y otras se regalan con
el nombre de las personas vivas, para recordar su inevitable destino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario