El director del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), Juan Rivera Dommarco, durante la teleconferencia “Los factores ambientales en la epidemia de COVID-19” expresó que la la contaminación del aire incrementa el riesgo de agravamiento de la enfermedad COVID-19.
En su intervención, el director de Salud Ambiental del INSP, Horacio Riojas Rodríguez, dijo que la contaminación del aire produce una vulnerabilidad más alta a las infecciones bacterianas y virales, lo que puede influir en la progresión del brote de COVID-19 al aumentar la susceptibilidad del huésped a la infección vírica.
Mencionó que la incidencia y el riesgo de morbilidad y mortalidad por COVID-19 se incrementan con la exposición crónica y aguda de la contaminación del aire, particularmente a material particulado (PM2.5, PM10) y dióxido de nitrógeno.
Por su parte, el coordinador ejecutivo de Vinculación Institucional de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAME), Víctor Hugo Páramo Figueroa, coincidió en que las poblaciones que viven en lugares con mala calidad del aire son más vulnerables a las epidemias respiratorias, pues la contaminación debilita el sistema inmune y lo hace menos resistente a virus y bacterias.
Ante ello, subrayó que es fundamental avanzar más que nunca en mejorar la calidad del aire de las ciudades, pues los contaminantes causan efectos en la salud de las personas, además de dañar la vegetación y los cultivos, representando costos económicos elevados.
Al respecto, Gerardo Suzán Azpiri, del laboratorio de Ecología de Enfermedades de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), habló sobre la alteración y degradación ambiental como factores que aceleran la aparición de zoonosis, como el nuevo coronavirus SARS-CoV-2.
Apuntó que, con la trasformación de los hábitats y la invasión de nichos ecológicos de fauna silvestres, aumenta el contacto entre estos y los seres humanos, lo que ha favorecido el salto taxonómico, es decir, la adaptación y salto de patógenos (virus, bacterias, priones, etc) de animales como roedores, murciélagos o pangolines hacia las personas.
Por lo anterior, subrayó la necesidad de implementar sistemáticamente la vigilancia de los patógenos de la vida silvestre, desarrollar herramientas de modelación para identificar escenarios de riesgo, pasar de reactivos a preventivos y de control, y generar socio-ecosistemas que permitan el bienestar, la salud animal, pública y ecosistémica con justicia y equidad.
En su oportunidad, la asesora regional en Epidemiología Ambiental de la OPS/OMS, Agnes de Soares da Silva, señaló que la COVID-19 ha expuesto de forma agudizada los problemas que vive la región, entre ellos, la injusticia y desigualdad, la fragilidad de la seguridad social, la inequidad en el acceso a la salud, a servicios básicos como la vivienda, el agua, saneamiento, aire limpio y alimentación.
Informó que existe evidencia científica de la relación en el aumento de la mortalidad por COVID-19 en personas que han estado expuestas al humo de leña. En la región hay 14 países en los que más de 10 por ciento de sus poblaciones usan este tipo de combustible para cocinar, lo que se traduce en 80 millones de personas con mayor riesgo de morir si llegaran a enfermar del nuevo coronavirus.
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